guillermo cacace
Sobre los ensayos...
Por Guillermo Cacace
La obra ya está ocurriendo en el plano de una potencia inasible. Por siempre inasible. No sirve el intento de captura. Su montaje no debiera implicar resignar esta fuerza que hoy nos habita y que excede la anécdota o el hecho literario que es la excusa que nos reúne.
Pareciera que en la concepción más clásica de los ensayos algo indicase: “estamos armando las bases para lo realmente importante que sucederá en un futuro, en el estreno”. El estreno se consagra entonces en un "más allá" trascendental. La religión judeocristiana nos enseñó que este es el valle de lágrimas y que en el más allá, en reino de los cielos, está el sentido de la vida.
Encuentro en los ensayos un placer que se justifica en sí mismo. No entiendo los ensayos como una instancia cuyo valor reside en hacer algo “útil” para un momento que no es este. Sería como hacer el amor sólo a los fines de la reproducción o comer por lo que implica estar alimentado sustrayendo de tal acto el gozoso mundo de los sabores.
El ensayo es una experiencia que sólo se revelará de modo indirecto al público y no formará parte de lo que los actores pudieron conocer del material sino de la red vincular que tramaron para poder convidar los misterios de la obra, lo siempre inacabado, la ausencia de respuestas, la eterna desnudez. Festejando así la fragilidad de lo que hacemos.
Ahora bien, si el ensayo debe construir saberes que ahorren, descarten, los puntos por siempre ciegos de toda producción artística, será entonces la etapa donde acumular un pasado en común con otros y que así llegará al público: como una suma de instantes pasados. Lejos de algo que está sucediendo, será la repetición esclerótica de algo que ya pasó y a lo que me aferro para evitar los riesgos abismantes de estar sin certezas y frente a los que esta noche decidieron venir al teatro.
Pudo haber intentos, pero hasta ahora -que yo sepa y por suerte ignoro mucho- no existe la obra que se permita el nivel de prueba que pueden tener los ensayos. Permiso al boceto. Hablo de los mejores ensayos porque también existen aquellos donde nadie se autoriza al extravío, a la fuga... todos quieren mostrar su gracia.
Vuelvo a tener la sensación de que en los primeros intentos en relación a una pieza suceden momentos muy plenos que en nuestro empeño por capturarlos los tomamos con tal fuerza que los asfixiamos. Si durante un tiempo prolongado de improvisación un actor hace algo muy atractivo, modula en puro presente… ¿cómo hacer para que la obra que tal vez dure sólo quince minutos más tenga la misma impronta? ¿Es ley del estructurar un material que se le licúe su potencia? Creo que si el "yo" del conjunto de los que producimos una obra relaja la necesidad de controlar su efecto sobre los demás asoma la posibilidad de que -concentrados en la urdimbre que nos convoca- estructurar no sea sinónimo de pérdida de la espontaneidad. El problema empieza a existir cuando en función de gustar, ser querido y aprobado el mencionado "yo" reduce un material a aquella operación en la que sólo se cuenta a sí mismo, se salva. No necesita de otros, los usa para poder hacer lo suyo. ¿Será desaparecer en función de un todo/obra la vía del sempiterno ensayo? ¿Tiene que terminar con las funciones el sentido más ligado a lo experimental que tiene esta instancia? Pienso que deponer las ansiedades y confiar en la celebración sin pretensiones de cada jornada de trabajo puede conducir al “parto natural”. Confiar en aquello que decanta y más que ordenarse, respetar un orden, se organiza… crea un organismo vivo. Un organismo que empieza a tener autonomía. Luego sólo se trata de escuchar lo que rumorea a nuestro oído. Lo opuesto sería componer una serie de artificios que evitan lo vital, simulaciones que nos presta el oficio. Nuevamente puro pasado: recursos. Ya no se tiene sed y se sigue diciendo por la vía del recurso: Dame un vaso de agua. Edward Curtis es un fotógrafo muy conocido por las fotos que les tomara a los indios. Indios que alguna vez fueron vida genuina y primera de algunas regiones, posan en sus fotos desnaturalizados de toda su fuerza, expuestos como criaturas "pintorescas". Ya no recuerdo quien escribió un artículo sobre este triste devenir de los indios separados de su verdadera potencia y llamó a ese escrito "Posar de indios". Y creo que sería el último destino que podríamos querer para una obra.