guillermo cacace

Tal vez la contundencia del encuentro poético entre un texto como el de Santiago Loza y una actuación como la de Luis Machín propongan al director un trabajo distinto al de “montar”. Esa idea aditiva “de poner en escena” cae cuando todo invita a restar los recursos de la teatralidad canónica en función de “dejar ver”. Soy aquí el que custodia una invitación a espiar la intimidad de un universo. La custodio muy bien acompañado por la producción que juega al ponerse en juego y la generosidad silenciosa de la asistencia. Se trató de sustraer lo efectivo sea cuál fuera su emergencia. ¿Para qué aceptar la herencia de lo que hace funcionar un espectáculo? ¿Para qué cuando están dadas la condiciones que nos permiten rendirnos a la fuerza de lo que acontece en puro presente frente a nosotros y sin artificio alguno? Escenografía, vestuario y música – encarnados en entrañables cocreadores- se exigen la discreción de quien no quiere interrumpir una delicada cirugía actoral/autoral. Cirugía que disecciona el cuerpo del desencuentro amoroso, que penetra en el tiempo dilatado de la espera. El mar de noche es aquel cuya opacidad habla de un esplendor otro. Ni la luz de la luna más descarada nos permite revelar su zona invisible. Sabemos del mar de noche por esas iridiscencias espumosas que llegan hasta la orilla y que nunca nos lo dirán todo… Así, la puesta se pronuncia sobre lo abierto… La puesta ha sido una insistencia escuchada. Se ha insistido sobre la hipótesis de no satisfacer la necesidad de calmar el sitio donde público y hacedores somos tentados por seducciones pueriles. Probablemente con el tiempo observaremos las zonas del trabajo en franca contradicción con la meta pero al menos existe el placer ético de haberlo intentado. El mar de noche es la voz de alguien que ama… El trabajo de la dirección ha sido escucharla, hablar a través de ella desde un exquisito cuerpo actoral y vigilar que cierta suerte de austeridad permita al público abrazar este suceso de la vida de otro sabiendo que podría ser un capítulo de cualquiera de nuestras vidas.

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Guillermo Cacace

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Hace algunos años con Guillermo nos juntamos a pensar una obra. Los motivos de interés que nos unieron en ese momento eran enormes, dos textos, DE PROFUNDIS de Wilde y MUERTE EN VENECIA de Mann. Esos gigantes literarios son la fuente de inspiración, el punto de partida. Otras inspiraciones eran más mundanas, algunos chismes o recuerdos de personajes a la deriva. Evocaciones de viajes malogrados. Y la misma deriva del vivir.

Escribí ese texto durante un largo viaje, en tránsito, en aeropuertos, en hoteles de dudoso gusto situados en playas lejanas. La escritura de un texto me da un presente,  un orden y me hace sentir cerca cuando estoy lejos. Escribo y estoy en mi.

Luego de la escritura e intentos varios, ese texto fue a parar a Machín. 

Guillermo y Machín hicieron un largo proceso, casi en secreto, del que solo, muy de vez en cuando, pude ir espiando un poco.

En el cuerpo de Machín desemboca este texto algo penumbroso, con un humor áspero, con desgarro y piedad. Machín concreta lo que intenta el texto.

Guillermo es un director que va quitando capas, saca lo que resulta inútil, potencia lo verdadero, busca incansable, prueba dar con lo esencial. Ellos han preparado este abismo.

EL MAR DE NOCHE es un grito ahogado. El desamor diseccionado. La soledad escandalosa con la que se topa un hombre lejos. La espera y su agonía. Los intentos, manotazos antes de hundirse. La noche tragándose cada minuto. El silencio que retumba después de cada palabra. Una poesía desesperada. Lo que dure la obra este hombre, adentro de este cuarto, podrá decir algunas cosas, intentar nombrar lo innombrable. No poder, porque lo que queda cuando el amor se ha retirado es un campo arrasado, escombros, la nada, un hueco.

En ese vértigo se mueve Machín, acompañado amorosamente por Guillermo, Romina, Gastón y un equipo que, silenciosamente, construyeron un espectáculo de una intimidad incómoda y bella. EL MAR DE NOCHE será consuelo de solitarios y desesperados. A los insomnes, a los abandonados, los tristes, a los sobrevivientes del amor, probablemente, les de consuelo.

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Santiago Loza