guillermo cacace
AHUECAR SUPERFICIES.
Por Guillermo Cacace
Este puede parecer un título extraño para hablar de la puesta en escena de una obra. Pasa que quiero invitar a pensar la piel del teatro. La mirada que toca, el tacto que ve. El teatro muchas veces nos pone a ver a alguien que se muestra en lo que puede y eso que puede lo hace distinto de lo otros. Como en el caso del artista de circo “ese” teatro crea fascinación. El artista de circo ha encontrado el equilibrio sobre la cuerda floja, sabe domar al león… ¿Y qué hay de la ausencia de equilibrio y qué hay de lo que se resiste a ser domado? El artista de circo impone la respuesta que encontró en un pasado previo al acto que ahora la exhibe. Hay un teatro que hace ese tipo de circo. La piel de ese teatro está oculta bajo el traje de brillos y colores estridentes. Allí la piel es superficie velada por el artificio y ha perdido porosidad. Pero existe otro teatro posible o imposible y tal vez en dicha imposibilidad radique la condición para que sea experiencia pura, un acontecimiento. En ese teatro mora un desequilibrio que no encontró solución. Un teatro ahuecado por sus preguntas y en cuyos huecos aloja, recibe lo inmanente, renuncia a cualquier trascendencia. Un teatro que coloca la valentía a soportar la incertidumbre. Allí, hay un autor, un director, un actor que percibiendo las tensiones que hacen trama evita obturar el vértigo de lo abierto, evita cerrar con gestos eficaces lo que, de quedar abierto, seguirá trabajando en lo inquietante. No aplican la cultura, los modos instituidos, su hacer es contracultural y político por el simple hecho de cuestionar los procedimientos heredados. Ya no hablamos del lenguaje heredado, hablamos primero de la herencias de procedimientos ligados a modos de estar en el mundo. Modos permeables a la amorosidad del encuentro, interesados en tal propósito o modos narcisistas de circulación cosificada. Dirá Nietzsche, Nuestro amor por la verdad se conoce más que nada en la manera que tenemos de recibir las “verdades” que “otros” nos ofrecen; entonces dejamos traslucir si realmente amamos la verdad o nos amamos a nosotros mismos.
Nada a construir.Necesitamos un espacio que exponga al espacio.Necesitamos un vestuario que nos desnude.
Y a actores que soporten esa desnudez… que no quieran controlar qué se ve de ellos cuando algo los transparenta.
Son hebras de tiempo suspendido en las que nos alojamos mutuamente en el puro devenir de realidades inasibles. Es imposible desde este estar que algo se detenga a mostrar teatro. No hay utilidad ninguna en esa posición. Suponemos en la utilidad un sentido de uso y acá nadie está usando a nadie para hacer lo suyo. Cada actor no es la excusa para que otro actor pueda hacer lo suyo y cada espectador tampoco lo es para que todos juntos usemos a la platea en función de desplegar nuestro histrionismo, nuestras acrobacias, nuestras gracias de comediantes…
Teatro que se erige como una posibilidad de amar. Y en el amor no hay utilidad… (…)